miércoles, 10 de agosto de 2011

Ringo y su boca desdentada

Ringo cumplió ayer 4 meses. Es un perro grande, la verdad, porque para su cortita edad, está casi del mismo tamaño que el perro del vecino, que tiene ya un año y algo. Eso sí, Ringo es mucho más guapo. Y no lo digo porque yo sea su mamá, sino porque es algo que salta a la vista...

Desde hace unos días está cambiando sus dientes de leche por los que ya serán los definitivos. De momento sólo he podido encontrar tres pequeñas muelas. Hubiera sido gracioso poder haber guardado los incisivos, que de puro pequeños eran adorables. Pero precisamente por eso, por pequeños, lo más seguro es que se los tragara. 

El pobre no hace más que morder todo lo que pilla, se ve que le duele. Yo ya ni me acuerdo de si me dolía cuando se me iban a caer, aunque sí es cierto que me gustaba apretarlos contra las encías y notar cómo las pequeñas raíces se clavaban en la carne. Supongo que era una manera de mitigar el dolorcillo que suponía el nacimiento inminente del nuevo diente. Y una vez que se habían caído, me gustaba juguetear con la lengua en el hueco suavecito que quedaba, algo que siempre me reprendían mis padres, temerosos de que los dientes acabaran saliéndome torcidos. Por suerte, no fue así y disfruto de una estupenda y bonita dentadura. 

A Ringo, sin embargo, los incisivos de abajo le han salido un poco a su aire, aunque creo que es algo característico de esta raza, porque Sopa los tiene exactamente igual. Los dos centrales un poco más adelantados que los que les siguen. Es muy gracioso, aunque el muy puñetero no se deja abrir bien la boca para que se lo veamos. Es un gamberrete.